REFLEXIONES DE UN VIEJO MAESTRO

REFLEXIONES DE UN VIEJO MAESTRO
                                                            (no de un maestro viejo)
                                                          
                 Muchas veces lo urgente
                                                                            no deja lugar a lo importante,
                                                                            y la reflexión no se produce.                                                                       
                                                                                                 Mafalda

                                   Nací a la vida, a la  esperanza y al desencanto, a la felicidad y al dolor, a la belleza y a la fealdad, a la paz y a la guerra, a la fraternidad y a la solidaridad, al trabajo y al ocio, y... a la enseñanza, hace ya la friolera de cincuenta y nueve años, en este pueblo, la antigua Guardia. Y en este Colegio –hoy “Antonio Cuevas”, antes “Francisco Franco”-me he hecho como profesional de la docencia -a la que he dedicado toda mi vida, hasta el punto que me es casi imposible deslindar dónde termina mi actividad personal y dónde comienza la profesional-, de tal manera que de los casi cuarenta años que llevo ejerciéndola, veinticuatro los he pasado aquí. Entre estas cuatro paredes, pues,  ha transcurrido  gran parte de mi tiempo en esos casi cinco lustros, y sus muros conocen  cada minuto de mi existencia -de mis inquietudes y  preocupaciones, de mis proyectos y trabajos, de mis alegrías y de mis penas-, ya que no me he limitado nunca a permanecer en sus instalaciones en las horas lectivas y obligatorias, sino que también lo he hecho en los ratos de mi ocio.

                        Guardo, pues, para mí un extraño encanto de nuestro colegio, y siempre me han atraído la paz, el silencio, la tranquilidad, que se respiran en  sus   estancias vacías -¡esas aulas cerradas y sin niños!-; el mirar por sus ventanas y observar un día otoñal de lluvia o un día soleado y exuberante de primavera; el oir, en las largas tardes del mes de mayo, el gorjeo frenético, a borbotones y procreador de los gorriones en libertad – ¡bendita libertad!-, en confianza, sin miedo, en todo el espacio que les deja el gran patio, enteramente para ellos; me ha atraído la intimidad, el recogimiento y la soledad que me permitían pensar, hacer balance –todos necesitamos de esos momentos-, y de escribir, escribir mucho, trabajar y leer, leer también mucho.

                        Todo ello ha hecho que me haya encariñado de una manera especial con nuestro colegio, que me haya identificado profundamente con él, ya que entre sus muros, como se puede desprender de mis anteriores palabras, han transcurrido muchos, provechosos y  agradables momentos de mi vida.   

                        Por otro lado, no puedo resistirme a comentar una muy especial coincidencia: el XXV aniversario del Colegio con mi jubilación, con todo lo que ello me va a  suponer: la pérdida de contacto con compañeros y amigos de muchos años, con alumnos, con padres, con el Colegio en sí mismo, y, sobre todo, con la enseñanza. No sé cómo lo voy a encajar, no sé el vacío que puede dejar en mi, no sé si lo voy a poder superar –creo que sí, por eso he tomado tal decisión, después de pensarlo y sopesarlo mucho-. Sin embargo, después de toda una vida dedicado y obsesionado por tal actividad –la más noble que se puede ejercer- puede resultarme muy duro, ya que para mí –como para muchos compañeros- no ha sido sólo un medio de ganarme el pan, sino que fundamentalmente ha consistido, y sigue consistiendo, en una forma de entender la vida, una filosofía, una verdadera vocación, un entregarme a ella por entero –el maestro tiene que serlo durante las 24 horas del día (en el sentido de estar dando constante ejemplo de ello)-; es una profesión que imprime carácter, que tiene mucho de darse a los demás. Y esos “demás” son, ante todo y por encima de todo, los niños, ese “material” especialísimo, moldeable en grado sumo, adaptable, a los que recibimos ahora con tres años y los soltamos con 12: nueve años bajo casi nuestra exclusiva custodia, durante los cuales los tenemos que formar y educar, conceptos ambos mucho más amplios que el de enseñar. De ahí la enorme importancia de nuestra labor.
                       
                          No sé si lo expuesto responde mucho o poco a la línea que se le quiere dar a esta revista de aniversario, pero son unas reflexiones –cortas por supuesto (por mi cabeza rondan muchas más), pero el espacio se impone- que me he hecho durante mucho tiempo y creo que es el momento –llegado el final de mi actividad como docente- de manifestarlas de alguna manera, y he considerado que el lugar es el apropiado.

                        Espero, pues, que sirvan, al menos, para hacer pensar a algunos - sobre todo a los más jóvenes- y se conciencien de la gran labor que tienen por delante, de la profesión tan especial que han escogido, del gran reto que se han marcado y de lo que la sociedad espera de ellos. ¡JÓVENES MAESTROS DE ENSEÑANZA PRIMARIA, TENÉIS EN VUESTRAS MANOS, NADA MÁS Y NADA MENOS –Y AUNQUE MUY POCOS LO RECONOZCAN-, EL FUTURO DE NUESTRO PAÍS!  Adelante, pues, y ánimo.  
                                                          
                                                                                        Mayo, 2002         

                                                                         José  Matías González  Arteaga



P.S. : Escrito para una revista que se pensó lanzar en el Colegio con motivo de su XXV aniversario –y que, finalmente, no se hizo- que, curiosamente, coincidió con unos el año de mi jubilación (agosto de 2002).

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