RAFAEL BECA MATEOS (1892-1953): PROMOTOR DE LA MAYOR ZONA ARROCERA DE
ESPAÑA.
José González
Arteaga
Al acometer la tarea de
biografiar la figura de Rafael Beca Mateos es imposible hacerlo sin hablar de
aderezo y exportación de aceitunas, de elaboración de productos vegetales en
conserva, de laboratorio farmacéutico, de agricultura, de ganadería, pero,
sobre todo, de arroz. Efectivamente, este modesto comerciante fue capaz de
poner en marcha uno de los proyectos agrícolas más interesantes de toda la
historia agraria de Andalucía: la transformación y puesta en cultivo de dicho
cereal en una buena porción de las Marismas del Guadalquivir -tierras
completamente vírgenes, aunque ya se habían dado en ellas unos tímidos intentos
de cultivar-, convirtiendo una zona
desolada, donde imperaba el paro y la miseria, en una de las agriculturas más
tecnificadas –actualmente- de España. Este hecho, por sí solo, sería suficiente
para glosar al personaje, pero su actividad fue mucho más extensa, como pasamos
a analizar.
Nació, pues, Rafael Beca, en Alcalá de Guadaira (Sevilla)
el 12 de agosto de 1892, en el seno de
una familia acomodada (algunos de sus miembros pertenecieron, como médicos, a
la armada española), siendo sus padres Rafael Beca Ferraro, comerciante de
envases de licores y destilaría de aguardientes en Alcalá de Guadaira –en donde
fue alcalde en los primeros años del siglo XX, todavía en plena Restauración-, aunque de ascendencia gaditana (de San
Fernando), y Rosario Mateos del Trigo, natural de la localidad alcalareña. Fue
el mayor de cinco hermanos: tres varones (Rafael, Manuel –abogado y el único
político de la familia: fue diputado por la CEDA en varias legislaturas- y José –industrial
panadero y olivarero-) y dos hembras (Rosario y Dolores). Conservador y
católico, contrajo matrimonio el 12 de agosto de 1916 con Salud Gutiérrez Ruiz
(1893-1981), también nacida en Alcalá. De dicho matrimonio nacieron cinco
hijos: Rosario (1918-1988), Pedro (1919-2000), Rafael (1920-1993), Salud (1922)
y Enrique (1924). Ninguno de ellos cursó carrera, lo que no les impidió llevar
con acierto los negocios emprendidos por su padre, siendo en la única actividad
en la que destacaron y a la que se dedicaron por entero.
Sus primeros pasos como comerciante
tuvieron lugar cuando, por enfermedad de su padre, tuvo que abandonar sus
estudios (intentó ingresar en la Academia Militar de Infantería, en Zaragoza) y
hacerse cargo del negocio familiar, remozándolo y levantándolo. Pero el
verdadero punto de partida empresarial se le presenta como consecuencia de su
matrimonio, ya que su esposa era sobrina predilecta de Salud Gutiérrez Mije,
casada con Pedro Muro, sin hijos, y con una moderada riqueza rústica, formada
por dos fincas en el término alcalareño: “Ramón de Córdoba”, de 300 hectáreas de
olivar y 250 de “tierra calma”, con molino de aceite; y “Llano Amarillo”,
consistente en un monte de albero. Dicho capital va ser, pues, la base de su
empresa.
Dinámico hombre de negocios, y ya
con gran visión comercial y empresarial, comenzó a comprar varias fincas de
olivar y a montar, ya por los años veinte, un almacén de aceitunas en una de las
fincas, idea que le surgió al detectar, durante la Exposición Iberoamericano
de Sevilla de 1929, el interés de los estadounidenses por las aceitunas,
iniciando así el muevo negocio, pero sin abandonar el de licores. Poco a poco,
el patrimonio de Pedro Muro y esposa se fue sumando a la incipiente empresa,
mientras que, con gran celeridad, Beca se asocia con diversos olivareros del
entorno, entre los que se encontraban Ramón de Carranza Gómez –Marqués de Soto
Hermoso-, el Marqués de Gómez de Barreda, Manuel Salinas, Francisco Abaurrea, y
sus hermanos Manuel y José, entre otros. En 1933 aparece ya la sociedad “R. Beca y Cía.
Industrias Agrícolas. S.L.”, con un capital social de 2 millones de pesetas,
dedicándose al aderezo y exportación de aceitunas, alcanzando en pocos años un
lugar de privilegio con destino a EEUU, lo que no fue fruto del azar, sino del
análisis de las perspectivas y los
posibles mercados americanos efectuados en sus repetidos viajes al continente
americano. En años sucesivos se fue ampliando el capital: 4 millones en 1938,
10 millones en 1939 y 16 millones en 1941. En este año funda una asociación de
exportadores de aceitunas a nivel nacional que tomó la denominación “Grupo
Giralda”, lo que hizo con la intención de competir con otros grupos de
exportadores ya existentes.
Su dinamismo empresarial y su
capacidad innovadora le indicó el futuro que presentaban los alimentos en
conserva, de ahí que montase en el mismo almacén de aceitunas una conservera de
pimientos, tomates y guisantes, que, si
al principio, se limitó sólo al relleno de aceitunas (con pimientos), terminó comercializando
los tres productos para la alimentación. Ello hizo que la sociedad tuviese
pronto una plantilla fija de 60 a 70 empleados (10 u 11 oficinistas y de 50 a
60 en otros quehaceres del almacén), llegando en época de recolección a emplear
de 1.000 a 1.200 mujeres. Con el fin de situar estratégicamente la empresa
–entre EEUU e Ibero América-, en la década de los cincuenta, Beca traslada la distribución
a Río de Janeiro, en donde permanecerá hasta la extinción de la empresa
aceitunera, en 1978.
Unos días antes de estallar la Guerra Civil Beca
sufrió un atentado en las dependencias de la sociedad del que salió ileso, pero
que obligó a toda la familia a marchar a Portugal, en donde residieron hasta
que es tomada Sevilla por el general Queipo de Llano, quien, curiosamente, va a
cambiar el rumbo de la familia Beca. Ni que decir tiene que, sin perder un
instante, pone de nuevo la empresa en marcha.
Paradójicamente, va a ser la Guerra Civil la que
propiciará la ocasión para que Rafael Beca Mateos se vea en la “obligación” de
emprender el mayor reto de su vida: el transformar una buena porción de las
Marismas del Guadalquivir y ponerlas en cultivo de arroz. Efectivamente, en
plena guerra -en el año 1937- el ejército de Franco, como el resto de la
población española, estaba escaso de alimentos, ocurriéndosele a Queipo de
Llano poner en cultivo de arroz las tierras marismeñas. Se lo propone a Ramón
de Carranza que, además de amigo personal del general y de gran propietario
agrícola, era, en esos momentos, alcalde de Sevilla; éste, a su vez, se lo plantea
a Rafael Beca –no se debe olvidar que era socio de “R.Beca y Cía. I.A.S.L”- que
acepta el inmenso reto. En esos momentos, el empresario contaba 45 años.
Al ser
desconocido el cultivo del arroz por los andaluces –y casi el sistema de
regadío- el ejército le proporciona alrededor de 200 presos de guerra
valencianos, que, alojados en barracones
en plenas marismas, habilitados con literas traídas por el ejército italiano,
pusieron en explotación unas 200 hectáreas ocupadas por el ejército de
Franco y pertenecientes en aquellos momentos a un banco suizo;
inmediatamente se pone en funcionamiento un molino arrocero para secar, limpiar
y blanquear el arroz, que, transportado
al almacén de “R. Beca y Cía. I.A.S.L”, en Alcalá, sería cocinado y envasado en
recipientes de ½ Kg, distribuyéndose al
ejército. Las 200
hectáreas de 1937 se convirtieron en 2.000 en 1938 y en
2.215 en 1939, siendo todo ello una labor personal de Beca, que no abandona por
ello su empresa exportadora, de la que detentaba el 52% de las acciones.
Terminada
la guerra, el panorama va a cambiar por completo, y lo que comenzó siendo una
actividad coyuntural se va a convertir en la acaparadora de toda la energía
empresarial de Rafael Beca, en la que va a empeñarlo todo: trabajo, hacienda
(vende algunas de sus fincas para hacer frente a la compra de la Isla Mayor ), e,
incluso, su vida. Para llevarlo a cabo, es primordial hacerse con las tierras
marismeñas, unas tierras en las que en los años veinte tomó cuerpo el proyecto
secular de desecarlas y ponerlas en cultivo, bajo la forma típicamente
capitalista de una serie de compañías por acciones. Sin embargo, ese incipiente
proyecto fracasó debido a errores técnicos –la adaptación agrícola en tales
tierras era difícil-, pero, sobre todo, a actuaciones especulativas, hasta el
punto que, financieramente, hay que hablar a menudo de pérdidas y de dividendos
cero. Pese a ello, gracias a las bases técnicas emprendidas por dichas
compañías -que supusieron una profunda transformación de dichas tierras- el
arrozal sevillano es hoy una gran
realidad.
Esa era
la situación cuando hizo acto de
presencia en las marismas la Compañía Beca, que, aplicando el capitalismo
clásico a unas tierras necesitadas de grandes obras hidráulicas, generaron
beneficios inmediatos, pero, sobre todo, a largo plazo; unas obras que, si en
un principio, fueron de iniciativa estatal,
acabaron siendo llevadas a cabo
por el sector privado.
Pero antes, como se ha
indicado, había que hacerse con las tierras.
Con esa intención, en 1941, acompañado por Ramón de Carranza, viaja a
Suiza con una opción de compra de toda la Isla Mayor , adquiriendo de Peter Wehrli, socio de
la familia Bemberg, un lote de acciones de ISMAGSA por valor de 2 millones de
pesetas. Al año siguiente, mediante escritura ante notario, en Cataluña, se
consigue una transmisión de tres fincas en plenas marismas, con una cabida de
alrededor de 3.000
hectáreas , a favor de “R.Beca y Cía. I.A.S.L.” y de José
Escobar Barrilaro, por mitad en común y pro indiviso, a cambio de que se
hiciesen cargo de la deuda contraída por la “Compañía Hispalense de Valoración
de Marismas” (CHISPALENSE), que ascendía a 1.600.000 pesetas. A partir de ese
momento, la sociedad “R.Beca y Cía. I.A.S.L” se transforma en anónima, tomando el
nombre de “R. Beca y Cía. Industrias Agrícolas, S.A.”, y así va a denominarse hasta la actualidad.
Meses más
tarde, a principios de 1943, se produce un nuevo aumento de capital de la
sociedad, que llega a 21 millones de pesetas, mediante la aportación por la
sociedad “Isla Mayor del Guadalquivir, S.A.” (ISMAGSA) –la última sociedad
dueña de las Islas- de las fincas de la Isla Mayor , con 24.844 hectáreas ;
Rincón de los Lirios, con 150
hectáreas ; y dos en la Marisma Gallega de
Aznalcázar, con 1.007 y 19.212 hectáreas , respectivamente, comenzando
en ese momento la verdadera puesta en cultivo de las Marismas del Guadalquivir.
A partir de ese momento, Beca va a distribuir su patrimonio y su trabajo entre
las dos actividades, compaginando la exportación de aceitunas a EEUU y la
elaboración de conserva vegetal para el mercado nacional, con la producción de
arroz, los dos pilares en los que se cimentó el patrimonio familiar.
Además de ello, en la década de los cincuenta, crea
los “Laboratorios Beca”, ubicados en
Lugo, que hallan y patentan una vacuna contra la glosopeda con
notable éxito, gracias a las investigaciones del Dr. Emilio Arjona Triguero,
médico analista y colaborador del Dr. Jiménez Díaz. La razón de tal actividad
está en haberse encontrado la
Compañía Beca con una importante cabaña vacuna en la Marisma Gallega
(concretamente 2.000 cabezas en la finca “Las Nuevas”), donde comenzaron a
darse casos de la, por entonces, temida y mortal enfermedad. Fue lo que incitó
e impulsó a Beca, junto al aliento del Dr. Arjona, a acometer tal empresa.
La
sociedad “R.Beca y Cía. Industrias Agrícolas, S.A.” inicia su labor agrícola
con una parcelación de tierras yermas y no utilizadas, que presenta como una
colonización; pero una colonización conservadora -como no podía ser menos en
los tiempos que corrían-, basada en asentar braceros en unas tierras compradas
(no expropiadas), ya rehabilitadas y puestas en regadío por la Compañía , y convertirlos
en pequeños propietarios. Ese sistema le
llevó a dominar por completo el cultivo, que no aparece libre sino sujeto a
unas autorizaciones acordadas por el Estado (“cotos arroceros”), que son
atribuidas a un número restringido de personas jurídicas. Para organizar toda
la zona arrocera y hacerse con el total control de ella, crea un Sindicato, que
se va a ocupar de distribuir las semillas, los abonos, los alimentos para las
bestias e incluso los carburantes para los escasos tractores, participando
también en la construcción de secaderos, almacenes y prestando dinero a los agricultores.
El Sindicato, que comenzó con sólo 11 miembros, contaba en 1956 (ya fallecido
Beca) con 564, lo que habla por sí solo del éxito obtenido.
La Compañía Beca, pues, empezó arrendando a colonos con opción a
compra, con un contrato simple por seis años y con rentas muy bajas al
principio, para, más tarde, comenzar a vender
a un precio muy bajo (5.000 pts/ha), perteneciendo sus primeros
compradores, en su mayor parte, al grupo de aquellos presos que llegaron en 1937,
y ya liberados; en un segundo momento, subió algo (7.500 pts/ha), para ya, a
finales de la década de los cuarenta,
hacerlo a 16.000 pts/ha, pero con un interés pequeño (del 3 al 4 por
100), comprándose por término medio entre 7 y 10 hectáreas. Otra modalidad de
cesión fue la aparcería, aunque se hicieron pocas, quedando limitadas a los
empleados de la compañía (capataces) y en la zona de Isla Mínima. En esta
modalidad, la Compañía lo ponía todo (abono, semillas, agua, etc.) y a cambio
se quedaba con un 25% de la producción. Consecuencia de todo ello fue el
aumento de la superficie en explotación (en los años cincuenta había ya cerca
de 10.000 hectáreas puestas en cultivo de arroz, contando para ello con una
flota considerable de tractores, 25, lo que la aproximaba –y, a veces,
superaba- a la que detentaban los grandes propietarios sevillanos: Benjumea,
Lasso de la Vega, Guardiola, Alarcón de Lastra, Borrero,… ) y el que se
modificase el régimen de propiedad de la tierra -hasta entonces por
administración directa o arrendamiento-, dando paso a la venta de tierras a
colonos, permitiendo así el acceso a la propiedad de más de 500 familias
modestas y aumentando la producción nacional en 60 millones de kilos.
Rafael Beca
era consciente que para llevar a buen puerto la empresa que se había propuesto,
era imprescindible un sistema de regadío eficiente y justo, y la unión de todos
los agricultores. Ello lo consiguió creando tres Comunidades de Regantes: la del Mármol, la de
Isla Mínima y la de Queipo de Llano, por las que luchó denodadamente y de las
que fue su primer presidente, convirtiéndose en la obra fundamental en el
desarrollo del arrozal sevillano. Como consecuencia se produjo –financiado por la Compañía- un aumento de
canales, colectores, acequias y azarbes; una mejora de las estaciones elevadoras
de agua existentes en 1937 y la construcción de otras, a la vez que
reelevaciones en distintos puntos estratégicos; se mejoraron las comunicaciones
con La Puebla del Río –a cuyo término pertenecían las Islas-, y, por medio de
una red de caminos interiores, en toda la Isla. Por otra parte, se consiguió implantar la
comunicación telefónica, el abastecimiento de agua potable y la electrificación
de la zona, disponiendo la
Compañía Beca -en 1953- de 43 km de líneas de alta
tensión a 15.000 voltios en la totalidad de la Isla ; se puso en funcionamiento un molino de arroz en el centro mismo de la
zona, donde convergieron todos los intereses arroceros de la Islas Mayor y Mínima; se instaló una fábrica de papel para
el aprovechamiento de la paja del arroz
(pasto); se construyeron secaderos naturales, algún que otro artificial y
almacenes; comenzaron a aparecer las primeras industrias en el principal núcleo
de población, El Puntal (ya por entonces Villafranco del Guadalquivir, y hoy
Isla Mayor); se erige una capilla atendida por los Padres Capuchinos, que se
desplazaban desde Sevilla; se edifican escuelas por la Compañía y un Dispensario Antipalúdico en terrenos
cedidos por Beca y construido por la Administración ,
que no llegó prácticamente a funcionar con ese fin al haber remitido la
enfermedad; en instalaciones de la
Compañía se instala el primer cuartel de la Guardia Civil en las
Islas. Mención especial merece la política de construcción de viviendas
emprendida por Beca con la colaboración del Instituto Nacional de la Vivienda , que se tradujo
en la edificación de dos barriadas con 250 viviendas en Villafranco del
Guadalquivir, más otras que levantó la sociedad por su cuenta y que vendió a
colonos con grandes facilidades de pago, o arrendó a obreros de la sus
fábricas. Cuando aún Beca tenía en proyecto actuaciones más ambiciosas, el 25 de diciembre de 1953,
le sorprendió la muerte. Tenía 61 años.
Sin
embargo, su obra está ahí. Rafael
Beca fue el alma y el realizador de todo
lo existente actualmente en la zona arrocera de las Marismas del Guadalquivir,
dejando constatado el esfuerzo de la iniciativa privada, que consiguió una obra
de colonización de excepcional importancia económica y social: el arrozal
sevillano está hoy a la cabeza de España en cuanto a extensión (36.000
hectáreas, lo que supone el 9% de la UE y el 34% de la de España), a
producción (350 Tm/año, el 10% de la
nacional, ocupando el primer lugar a escala nacional), y a rendimiento (9.000
Kg/ha), en el que ostenta el primer puesto mundial, movilizando el sector
anualmente un montante aproximado a los 600 millones de euros (unos 100.000
millones de pesetas), lo que ha hecho que la comarca se sustente casi
exclusivamente en el monocultivo arrocero. A pesar de todo ello, su labor aún no ha sido totalmente valorada: de hecho,
el reconocimiento se limita a la concesión de la Gran Cruz del Mérito Agrícola,
el 10 de julio de 1951, y a darle nombre a tres calles en Isla Mayor -donde
también existe un busto-, en Alcalá de Guadaira y en Sevilla. No ocupó jamás
cargos públicos, dedicándose de lleno a la vida empresarial, en cuya gestión sí
destacó –y bastante-, siendo el alma de la sociedad. Asimismo, presidió las
tres Comunidades de Regantes que impulsó y puso en funcionamiento; fue también
socio fundador de una mutua patronal de seguros (“Seguros Mutuos de Accidentes
de Trabajo”), que daba cobertura a unos 100 trabajadores en su empresa, y que,
con el tiempo, se convirtió en la actual mutua de seguros MAPFRE, la mayor
entidad aseguradora de habla hispana, en la que intervino igualmente como socio
fundador; en los años cuarenta representó la marca “Autocar” de camiones de
transporte, y tomo parte, como accionista, de la sociedad eléctrica Ntra.Sra.
del Águila, en Alcalá de Guadaira; anteriormente, en los años treinta, detentó
una almadraba en Marrakech, junto con la familia Carranza. Fuera del mundo
empresarial, pues, no se le reconoce ninguna actividad trascendente,
limitándose solamente, por los años veinte-, a ser socio fundador del Real
Betis Balompié, aspecto éste, prácticamente desconocido.
Hasta su
muerte, Beca, como gerente, llevó las riendas de la sociedad “R. Beca y Cía.
Industrias Agrícolas, S.A.”, así como el gran patrimonio agrícola acumulado,
consistente en cinco fincas de olivar y tierra calma, con una extensión de 1.070
y 250 hectáreas ,
respectivamente, y 1.650
hectáreas de arrozal repartidas en ocho zonas distintas
de las marismas. Además, en una de sus fincas, contaba con 150 vacas de leche,
200 cerdas de vientre y unas 4.000 aves.
Con la
desaparición del empresario, la sociedad siguió subsistiendo, hasta que en 1978
es rematada la actividad aceitunera, mientras que la arrocera perdura más,
estando en estos momentos en proceso de liquidación. En los terrenos de la
actividad finiquitada, en Alcalá de Guadaira, comenzó a edificar una sociedad
promotora, “RABESA”, formada por los herederos de Beca y una serie de
socios; igualmente, fue creada por la
familia, una constructora -“BEKINSA”- que comenzó a edificar en dichos
terrenos. Actualmente, las dos se han transformado en empresas promotoras y
constructoras. Es interesante, pues, destacar cómo se ha producido un proceso
que se nos antoja un tanto atípico: la familia Beca está reconvirtiendo su
actividad agraria, apostando más por el sector inmobiliario, cuando lo
habitual, en estos momentos, es el proceso inverso: empresarios enriquecidos en
el negocio inmobiliario que lo emplean en la compra de tierras que, aún, hoy
por hoy –al menos en Andalucía-, sigue siendo signo de prestigio social. Ello
no quita para que el patrimonio agrícola y ganadero de los Beca sea aún
bastante significativo.
Es
indudable, pues, que estamos en presencia de un emprendedor nato que triunfó
plenamente en el contexto empresarial andaluz en unos años difíciles. A pesar
de ello, resulta sorprendente que una familia con tal trayectoria, y residente
en Sevilla, donde ostentó una posición destacada, no se insertase en ella. La
razón puede considerarse doble: por un lado, la idiosincrasia totalmente
cerrada de la “élite” sevillana a acoger
“advenedizos”; y, por otra, el que
les atrajese más el mundo rural, en donde se recluyó,
situación que actualmente persiste. Quizás por ello sea casi desconocida y no
exista bibliografía sobre ella, limitada sólo a algunos artículos de prensa de
la época e inmediatamente posteriores a la muerte del progenitor.
En esa epoca negra e normal que los amigos del dictador ,triunfara a costa de mano de obra esclava ¡¡
ResponderEliminarGanó dinero a costa de explotar a sus paisanos en beneficio de la gente de fuera. Vergüenza que este tipo tenga una calle en Sevilla
ResponderEliminarLeonita totalmente de acuerdo con lo que has escrito! Es la incultura y atraso histórico que tenemos en Andalucía. Acabo de enterarme de las "hazañas" que hizo el tipo éste comprando latifundios de arrozales y vendiéndoselos a los valencianos porque los andaluces no íbamos a saber explotarlos, quitándoles el pan a los nuestros ancestros, éste fascista y otros muchos como él, son los que han hecho que Andalucía no sea lustra y bollante como Valencia, Barcelona o Madrid. Algunos se creen que están bien posicionados porque son funcionarios y se han echado a dormir y creen que sus hijos e hijas tienen el futuro asegurado, pero los malos tiempos siempre vuelven y fascistas como éste pueden hacer que el castillo de naipes de los 'nuevos riquitos' se venga abajo.
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