EVOLUCIÓN DEL URBANISMO EN LA PUEBLA
EVOLUCIÓN DEL URBANISMO EN LA PUEBLA
Si
entendemos por urbanismo la organización de los edificios y espacios de las
ciudades, y por urbanizar el acondicionar una porción de terreno y prepararlo
para su uso urbano, abriendo calles y dotándolas de luz, pavimento y demás
servicios, está claro que para referirnos al urbanismo de La Puebla y su
evolución a través del tiempo, tendremos que hacer un recorrido por las
actuaciones citadas y por algunas otras.
En
general, los pueblos de la comarca
Aljarafe-Marismas durante los siglos XVIII, XIX y primer tercio del XX eran de
pequeñas dimensiones, escasamente desarrollados desde el punto de vista
urbanístico y con casas por lo común muy humildes, cuando no muy pobres. Una o
varias plazas y unas pocas calles integraban el entramado de estos núcleos
rurales, cuya principal referencia eran la Iglesia Parroquial
y las Casas Consistoriales (Ayuntamientos). Pocos edificios notables más podían
encontrase en ellos. La Puebla ha tenido siempre no un edificio sino un
elemento, un signo, que ha sido tradicionalmente su santo y seña: La Cruz : de Coria (para los cigarreros) y de La Puebla (para los corianos), una
cruz humilladero (lugar devoto que suele
haber a las entradas o salidas de los pueblos y junto a los caminos, con una
cruz o imagen) de la que se tienen noticias de
su existencia ya en el siglo XVII, aunque con una estructura completamente diferente a la actual (como se
muestra en las fotografías), realizada, esta última, en 1940, cuando ejercía
las funciones de alcalde Daniel de la
Fuente y donada por Rafael Peralta Giner, siendo su
constructor José Luis González Villar (Pepe Rebala), ayudado por los peones
Antonio Lora y el “Chico Miguelón”, mientras que la cruz de hierro que la
culmina fue realizada por Diego el Herrero.
Empecemos,
pues, por el primer elemento que conforma un pueblo: sus calles. En la
Introducción se ha apuntado cómo La Guardia (La Puebla) nace
como lugar estratégico, teniendo como función vigilar el río de los posibles ataques
islámicos que pudiera sufrir la ciudad de Sevilla, recién conquistada. La
población, pues, tendría que ser ubicada en un lugar alto, dominador, ¿y qué
mejor otero que el talud que sobre el río formaba y forma “Las Palmillas”? Ahí
está el origen, los cimientos de nuestra población medieval, donde, como nos
comenta Antonio Aranda: “Una vez que los
nuevos repobladores se asentaron en La Guardia con objeto de vigilar las posibles
contraofensivas musulmanas por vía fluvial, al poco tiempo comenzó el proyecto
de realizar un templo que cubriera las necesidades de fe de aquéllos”[1]. Así surgió una
iglesia-fortaleza “que tuviera como su
mismo nombre indica una doble funcionalidad: defensiva y cultural”, como de nuevo nos indica Aranda. Ya tenemos,
pues, el centro neurálgico de nuestro pueblo, alrededor del cual fueron
surgiendo las primeras viviendas y de donde comenzaron a irradiar sus calles.
El núcleo
urbano, pues, se asienta sobre un promontorio que, por su morfología y
limitaciones –al N. no tiene prácticamente término, pues se encuentra
rápidamente con los de Coria y Almensilla; al Este con el escarpe y el río y al
Sur con tierras bajas e inundables a
causa del río y de las aguas de lluvia procedentes del Oeste- sólo tiene
posibilidades de extensión hacia el Oeste, que es por donde actualmente se está
desarrollando. Sin embargo, en sus orígenes, el trazado urbanístico del pueblo
fue longitudinal, pues, si bien, como hemos expresado, sus pobladores tuvieron
que ubicarse, en un principio, al lado del río para guardarlo –así nació la iglesia-fortaleza y alrededor las viviendas de esos “dosientos omes” que se establecieron en la villa-, muy pronto
comenzaron a desplazarse hacia el oeste más inmediato y cercano, y, sobre todo,
longitudinalmente, hasta llegar al río, donde se instaló muy pronto (siglo XV)
un importante puerto. De ahí que, en el siglo XVIII (fecha de las primeras noticias documentadas fiables)
esté conformada la estructura morfológica del pueblo por cinco calles, cuatro de ellas paralelas
(Iglesia, Santa María, Larga o Real y Postigos) que partiendo de la Capilla de San Sebastián[2] se
dirigen hacia el río, y una (Palmar) que atraviesa perpendicularmente a las
anteriores y se dirige hacia el oeste. Esa situación se mantendrá casi
inalterable hasta bien entrado el siglo XX, en que comienza una tímida
expansión hacia el poniente, apareciendo, en 1935, el Poyetón. Aún así, la
tendencia hacia el sur continúa (parece como si no se pudiese evitar la
“llamada” del río y de las marismas), construyéndose todo lo discutiblemente
urbanizable, hasta llegar a las mismas
puertas de la Vega. Habrá
que esperar hasta tiempos muy recientes, para ya, sin ninguna posibilidad de
continuar por el sur, extenderse hacia el oeste.
Pasemos, pues,
a analizar, lo más exhaustivamente posible, dicho proceso con el apoyo del
Nomenclátor de La Puebla y los planos adjuntos.
Las primeras noticias que hemos podido
recabar sobre el Nomenclátor de la villa han sido, de nuevo, a través del Catastro de Ensenada. En él se aprecia que por aquellas fechas
(1760) sólo existían cinco calles, como se aprecia en el plano, que parten,
como es lógico y previsible, de la antigua Iglesia-fortaleza (ya denominada Parroquia de Ntra. Sra. de la Granada ), llegando por el
norte a la Capilla
de San Sebastián (que ya existía también), y por el sur al río, a excepción de
la calle Palmar, cuya orientación
era, y sigue siendo, de este a oeste. Las demás corren paralelas al río, y se
reducen a la de los Postigos, que
comenzando en la Capilla ,
llegaba hasta la misma esquina donde actualmente está el Ayuntamiento, ya que
de ahí hacia el S. y al O. todo era campo (“Extramuros”);
la calle Larga o Real –topónimo con
el que indistintamente se le denominaba (e
incluso, a veces el de Ancha)- prácticamente no ha cambiado desde
aquellos lejanos tiempos, y ha sido siempre el centro neurálgico de nuestro
pueblo[3]; las
actuales Niña y Santa María se han
mantenido siempre, aunque han cambiado su denominación: el primer tramo, de la Capilla a la Iglesia , se llamó, en un
principio Iglesia, nombre que se le dio por su dirección a la Parroquia ; la segunda, la Santa
María , ha mantenido su nombre en casi todo el período estudiado, especificándose en
el Catastro que se le nombraba así por “estar
en ella la Iglesia
Parroquial ” (por tanto, en un principio, somos de la
opinión de que no tuvo nada que ver con la nave Santa María, una de las tres
con las que Colón llevó a cabo el descubrimiento de América). Y no había más en esa segunda mitad del siglo
XVIII. En ese reducido espacio se ubicaban, hace ya la friolera de
245 años, 139 viviendas (y cuando
decimos viviendas nos referimos a casas y chozas[4]), 11
pajares, 11 solares, y, en los mismos límites del pueblo, 11 hornos de
ladrillos –lo que dice mucho de nuestra tradición alfarera-, no llegando su
población a los 1.000 habitantes. Entre los edificios a destacar, además de la Parroquia de Ntra.
Sra.de la Granada ,
nos encontramos, al norte de la villa, la Capilla de San Sebastián. Según Madoz, era el
primer edificio de la calle principal, ya en el siglo XIX, donde se encuentra
la imagen del santo, ignorando a ciencia
cierta cuándo se fundó, aunque apunta que en un momento muy posterior a la
repoblación. Hoy sabemos que es del siglo XVII y tenía la entrada por la actual
calle La Niña ,
cerrándose a principios del siglo XIX para darle apertura hacia el Norte (donde
está la actual plazoleta de San Sebastián), y ya, más tarde, a principios del
siglo XX, situarla definitivamente mirando hacia la calle Larga.
En
el número 5 de la calle Santa María se encontraba la ermita de Ntra. Sra. de la Blanca ,
en el centro de la villa, entre la
Parroquia y el hospital, donde se veneraba dicha imagen con
gran devoción. El título se atribuía, según Madoz –a quien estamos siguiendo-
al hecho de haberse encontrado la imagen en un pozo que existía en la propia
ermita, sobre una singular piedra de extraña cantera. Era una piedra muy blanca
y blanda, tanto que, “pareciendo a la
vista mármol, con poco esfuerzo se hacía polvo, motivo por el que los devotos
la fueron deshaciendo para darla a los enfermos, hasta que en la segunda mitad del siglo XVIII se consumió
enteramente”. La imagen, que era de vestir y de estatura regular,
conservaba un barniz claro y de lacado, lo mismo que el Niño, que parecía de
hechura moderna. Tenía cofradía, que celebraba su fiesta el dos de febrero con
procesión, misa, manifestación de
Sta. María y sermón en la parroquia por ser la ermita pequeña[5].
Por
debajo de la ermita se encontraba el hospital, cuya advocación era Ntra. Sra. de Belén, con capilla antigua y donde existía una pintura del
Nacimiento. Según Tomás López, la obligación de su fundación se reducía a “mantener una lámpara delante de dicha
imagen, decencia de ésta, altar, capilla, cinco esteras de enea, cinco mantas, hogar
y leña para albergue de pobres
transeúntes”. Desconoce quien fue su fundador y sólo por tradición se
atribuye a una viuda cuyo nombre se ignora, así como el año. Por la obra,
materiales, diseño, imagen y pintura del Nacimiento, cree que “todo es muy antiguo”, y que la falta de noticias se debe al “incendio que padeció el archivo de la Parroquia a principios del siglo XVII”.
También Tomás
López cita una tercera ermita en la Isla Mayor , a cinco leguas de la villa, dedicada
a Ntra. Sra. de Guía, devoción muy
marinera. Por meras conjeturas se atribuía su advocación a los primeros
fundadores de la villa, pero no hay documentos probatorios. Desde el siglo XVII
hasta principios del XVIII fue muy celebrada esta imagen. Tenía cofradía, de la
que eran hermanos no sólo los vecinos de La Puebla sino de los demás pueblos
comarcanos. Era función de “domenica in
albis” velada, pregón y procesión. Esta romería –que se celebraba el
Domingo de Ramos- fue suspendida por
los desórdenes que se producían al celebrarse
en despoblado y con mucha concurrencia de gente. Según Tomás López, desde
entonces rara vez se decía misa allí[6].
Hasta aquí lo
que a edificios religiosos se refiere. Pero también son dignas de mención las
casas principales de los agricultores vecinos –hoy ya prácticamente
desaparecidas-, y, sobre todo la ya existente (desde el siglo XVII) Hacienda de Miro[7], “casa principal
de campo”, según el Catastro, situada en la calle de la Iglesia y lindando por el
S. con la Parroquia
y al E. con el río, comprendiendo en su interior un “molino de aceite”, que le
producía a su dueño –D. Nicolás Miro, noble, Caballero de la Orden de Calatrava[8]- 300
reales de vellón al año; también tenía un “almacén de aceite”, de cabida de
7.000 arrobas y que le producía 990 reales de vellón y una “atarazana” de
cabida de 6.000 arrobas de vino,
arrendada en 580 reales de vellón. Además, el citado señor, tenía otros bienes:
12 casas repartidas por las seis calles del pueblo, 1 pajar, 2 graneros, 2 solares
frente a la casa principal, 47,5 fanegas más 6 aranzadas de tierras (31 hectáreas , en
total) y 27 cabezas de ganado, de los que cabe destacar 12 bueyes que le
ayudarían en las labores agrícolas. En fin, un gran propietario establecido en
Puebla (pues aparece como “vecino”) que le dio nombre posteriormente a la
calle, como veremos.
Para terminar
de ver la situación del pueblo en el siglo XVIII, decir que por esas calles,
carentes en su mayoría de pavimentación, corrían las aguas en las épocas de
lluvias, dejando luego charcos y sucios barrizales, mientras que en las
estaciones secas se convertían en verdaderos terragales; a ellas abrían sus
puertas carnicerías, tiendas, panaderías, tabernas y mesones.
Ya en el siglo XIX, concretamente en su primer
año (1800), la situación sigue prácticamente igual, con tres leves modificaciones: la calle Larga deja de
denominarse de tal forma para tomar el nombre sólo de Real, la calle Iglesia desaparece para comenzar a denominarse Miro, y la calle Santa María aparece dividida en dos partes: la
baja y la alta, no estando muy claro donde terminaba una y comenzaba la otra.
Esta división ya no se da dos años más tarde -en1802-, en que vuelve a su
antiguo trazado; surge de nuevo la calle Iglesia,
pero con una ubicación distinta, pues ahora se la sitúa en el pequeño trozo que
va de la actual Biblioteca a la
Iglesia (calle García Soriano hoy); otra nueva calle se suma,
la Chozas ,
que es continuación de la
Santa María , y que se corresponde con la actual Pinta;
mientras que aparecen la Barqueta y las Huertas Grande y Chica en el sur
del pueblo, pero aún no consolidadas como calles, sino en los “extramuros”. Esa situación continúa invariable hasta
1840, como se observa en cuadro y plano adjunto, aunque el número de casas
llega a las 260.
En 1860 la
situación cambia algo, aunque no de manera
significativa. La calle Larga
se va a consolidar ya con tal nombre, al menos hasta bien entrado el siglo XX, mientras que Palmar, Santa María, Postigos, Miro, Chozas e Iglesia continúan invariables.
La gran novedad está en que nos encontramos con cuatro nuevas calles:
Según
un expediente de “Rectificación de la
rotulación de calles y plazas de esta localidad, así como la comprobación de
casas y edificios de las mismas y Extramuros ” para el año 1887 ( a sólo 27
años del padrón analizado anteriormente), ya aparece “La Puebla junto a Coria”
con 16 calles, o sea, cinco más, que son: la calle San Sebastián, dándosele este nombre “por la Capilla
que está en ella”, y “que comienza en
la carretera de Coria por el lado N. y
termina en la calle Larga”; la calle de los Monteros (hoy Pablo Picasso), “nombre
que se le consignó en 1885 en que se le estimó calle”, comenzando en la calle Palmar y terminando al S., lindando
con una serie de pajares y con una de las zonas más humildes de La Puebla hasta
los años sesenta, conocida vulgarmente como Puerto
Piojo, en donde todas las viviendas eran chozas; se consolidan por fin las
calles Huertas, prolongación de la calle larga por el S. y a la que se le
dio tal nombre por estar en ella las Huertas Grande -hoy Huerta de la Caridad (Huerta de Alfaro,
actual Campo de Feria)- y Chica, y la Barqueta ,
“nombre que se le da por el que antes llevó el sitio”,
estando situada a la orilla del río, en el “embarcadero”, de ahí el nombre de
“Barqueta”. Igualmente se consolida como
calle un espacio que ya venía sonando: Los Pinillos. Se producen nuevos cambios de nombres: la de los Postigos
toma el nombre de Soledad; la de
Chozas, Guadalquivir y el Rincón, Tetuán[9]. En los Extramuros
debemos señalar como lugares más significativos la Venta de la “Cruz de Coria”,
Fuente Santa, José Mª Pérez Tinao, las Palmillas o el Molino de Viento. Es
obvio que el aumento de las calles supuso un notable incremento de las
viviendas, las cuales llegaron más que a doblarse -de 211 pasaron a 440-,
haciéndose ya una relación aproximada de
las chozas, que alcanzaban el número de 183, lo que evidencia que el 42% del
total de las viviendas de La Puebla a finales del siglo XIX eran muy modestas,
al igual que la situación económica de un buen porcentaje de los 2.500 habitantes
que ya por aquella fecha tenía.
En
el padrón de 1905 la única alteración notable es el cambio de nombre de la
calle Santa María por Marqués de Casa
Riera, nombre que le fue impuesto por el Ayuntamiento por haber construido
y donado unas escuelas este señor en
dicha calle, en 1901, como hemos visto
en el apartado de La Escuela.
En el primer
tercio del siglo XX (concretamente en el año 1925) la situación cambia poco,
manteniéndose las mismas calles, aunque algunas van a cambiar de nombre, como
son el caso de la de Miro, que pasa a denominarse Duquesa de Sevillano
NOMENCLÁTOR DE LA
PUEBLA. 1760-1955
1760
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1800
|
1840
|
1860
|
1887
|
1905
|
1925
|
1935
|
1955
|
Larga o Real
|
Real
|
Real
|
Larga[10]
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Larga
|
Larga
|
Larga
|
Alonso el Sabio
|
José Antonio
|
Palmar
|
Palmar
|
Palmar
|
Palmar
|
Palmar
|
Palmar
|
Palmar
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Alejandro Lerroux
|
Calvo Sotelo
|
StªMaría
|
Sta. María[11]
|
Sta. María
|
Stª María
|
Stª María
|
Marqués de Casa Riera
|
M. de Casa Riera
|
Fermín Galán
|
General Franco
|
Postigos
|
Postigos
|
Postigos
|
Postigos
|
Soledad
|
Soledad
|
Soledad
|
Alcalá Zamora
|
General Mola
|
Iglesia
|
Miro
|
Miro
|
Miro
|
Miro
|
Miro
|
Duquesa de Sevillano
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García Hernández
|
Queipo de Llano
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|
|
Chozas
|
Chozas
|
Guadalquivir
|
Guadalquivir
|
Guadalquivir
|
Guadalquivir
|
Capitán Cortés
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|
Iglesia
|
Iglesia
|
Iglesia
|
Iglesia
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Colombí
|
Fernando Barón
|
Conde de Villacreces
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Barqueta[12]
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Barqueta
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Barqueta
|
Barqueta
|
Barqueta
|
Colón
|
Colón
|
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Huerta Grande
|
Huerta Grande
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Huertas
|
Huertas
|
Huertas
|
Huertas
|
Huertas
|
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Huerta Chica
|
Huerta Chica
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Callejuela de Berrios
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C/ de Berrios
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Berrios
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Berrios
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Berrios
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Garcia Morato
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Callejuela del Prado
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C/ del Prado
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Prado
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Prado
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1º de mayo
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Garcia Morato (cont)
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Pescadores
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Pescadores
|
Pescadores
|
Pescadores
|
Pescadores
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18 de julio
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El Rincón
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Tetuán
|
Tetuán
|
Tetuán
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Riego
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Comante. Castejón
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S.Sebastián
|
S.Sebastián
|
S.Sebastián
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Avda. de
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Dº Manuela Alvarez
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Monteros
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Monteros
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Monteros
|
Monteros
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Murube y Recasens
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Los Pinillos
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Castelar
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Calvo Sotelo (cont.)
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Barrio Nuevo(Poyetón)
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Ramón y Cajal
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General San Jurjo
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Sancho Dávila
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Girón de Velasco
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Plza. Ntrª Sra. Granada
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Jacinto Benavente
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M.l. Garrido Costales
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Cervantes
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Ruiz de Alda
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La Paz
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Carretera Isla
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Cuesta Colorada
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Pichurrenno
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Palmilla
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Fuentes: Padrones y Censos de
los Archivos Municipal y Parroquial de La Puebla del Río.
(la Hacienda había pasado a
manos de esta señora) o la calle de la Iglesia , que tomó el nombre de Colombí[13].
En plena II
República, en 1935, se va producir un cambio total en lo referente al
nomenclátor, ya que van a cambiar prácticamente todas de nombre. Así, la de San
Sebastián toma el nombre de Avenida de la Libertad ; la calle
Larga el de Alfonso –o Alonso- el Sabio;
la del Palmar es dividida en dos trozos: Castelar,
para el trozo donde hasta hace poco ha estado ubicada la droguería del Nino, y Alejandro Lerroux el resto; la del Marqués de Casa Riera se
denominará Fermín Galán[14]; la antigua calle
del Prado recibe el nombre de 1º de Mayo;
la calle Soledad es rotulada como Alcalá
Zamora; García Hernández la de
Duquesa de Sevillano; el Rincón tomará el nombre de Riego; y la calle Colombí será Fernando
Barón. Sólo consiguen mantener su
nombre Monteros, Huertas y Guadalquivir
al no tener ninguna connotación política, social o religiosa. Sin embargo, lo
más novedoso que nos ofrece el Padrón de habitantes de este año es que aparece
la calle Colón, que abarcaría todo lo
que era la Barqueta ,
y, sobre todo, el Barrio Nuevo (los
inicios del Poyetón), que supuso la primera tímida expansión de La Puebla hacia
el Oeste (véase plano). Pero, como
apuntábamos, el cambio afectó sólo al cambio de nombre de las calles, ya
que el pueblo creció poco –a pesar de la aparición del Poyetón con 36
viviendas-, y el número de casas, así como el de habitantes, permanecen
estancados. En total, 15 calles y 425 casas; aunque hay que advertir que
aparecen algunas calles sin numerar, como García Hernández y Riego. En
Extramuros aparecen ya terrenos próximos al casco de población, como las “Palmillas”, la “Cuesta Colorá”o la
“Estacada de Frasco” –estacada de Alfaro-. También es digno de destacar que la
calle Alcalá Zamora abarcaba lo que hoy son Paz, Comercio y Dª. Manuela
Álvarez.
Así llegamos a
los años 50 y 60 en que se producirá la primera gran expansión con la
consolidación del Poyetón. El Padrón de 1955 presenta a La Puebla como una de
las villas más pobladas del entorno –a excepción de Coria-, con una población
de hecho de 8.718 habitantes, establecidos en 29 calles, más los diseminados,
en un total de cerca de 900 viviendas unifamiliares (casas o chozas) –aún no
habían hecho acto de presencia las actuales barriadas del Prado, con sus
bloques de pisos-. Son los años en que, además del Poyetón, comienzan a urbanizarse el “Cercado de
Peralta”, y los del “Loro” (o de “Servando”)
y el “Pilarico”, y en que se
convierten en calles zonas que sólo 20 años antes estaban en los Extramuros,
como la Cuesta Colorá , la Carretera de la Isla o las Palmillas (actual calle Betis). Pero
el “nuevo régimen” trae, otra vez, un brusco cambio en el nombre de las calles,
como se aprecia en el plano correspondiente a ese año. Como consecuencia de
ello la calle Alonso el Sabio pasa a denominarse José Antonio; Alejandro Lerroux y Castelar, Calvo Sotelo; Fermín Galán, General
Franco; Alcalá Zamora, General Mola;
García Hernández, Queipo de Llano;
Guadalquivir, Capitán Cortés;
Fernando Barón, Conde de Villacreces;
Berrios y 1º de mayo pasaron a denominarse García
Morato; Pescadores, 18 de julio;
Riego, Comandante Castejón; Avenida
de la Libertad ,
Dª Manuela Álvarez; Huertas y Colón
no sufren modificación; Monteros pasa a Murube
y Recasens; en el Barrio Nuevo (Poyetón) comienzan a surgir nombres de calles: Ramón y Cajal, General Sanjurjo, Sancho
Dávila, M. Garrido
Costales, Cervantes, Girón de Velasco, Plza. De Ntra. Sra. de la Granada y Jacinto Benavente. En la zona N. aparecen las
calles Paz y Ruiz de Alda; a poniente
surgen Pinillos, Carretera de la Isla , Cuesta Colorada y Pichurrenno, que
ocupaba lo que más tarde fue el Molino de Murillo y hoy un grupo de
pisos, que dan a la calle Antonio Machado; y a levante Palmillas.
A partir de esos
años el crecimiento es constante y extraordinario, llegando en estos momentos
el número de calles a algunos centenares, que, con la desaparición del régimen franquista y la llegada de la
democracia, tomaron de nuevo otros nombres, como se puede apreciar en el
callejero actual.
Pero,
como decíamos, el urbanismo no se limita
sólo a la aparición de calles, sino que el concepto es mucho más amplio. En
este sentido, hay que hablar de obras de abastecimiento de agua y
alcantarillado, adoquinado, acerado y disposición de las viviendas con
arreglo a unas normas que las recogen
(Normas Subsidiarias o PGOU).
Para
el abastecimientos de agua y alcantarillado tendremos que esperar hasta los
años cuarenta del siglo pasado (el XX), en que se llevó a cabo la construcción
de un pozo y un depósito desde donde era
conducida, una vez metidas las conducciones pertinentes, a cada una de las
viviendas del pueblo; en un principio, de las calles principales, para, más
tarde, extenderse a la totalidad[15].
Ello trajo como consecuencia la desaparición
de las fosas sépticas (“pozos negros”) y
el abandono de los pozos y aljibes, así como la ausencia por las calles de las figuras
entrañables de los aguadores:
Manolo y Perico (Zamarillas) y
Manolo el de los Terreros[16], que con sus carros-cisternas y sus cubas de
latón surtían del precioso y preciado líquido –hoy más que nunca- a todos los
vecinos, cubeta a cubeta, con las que llenaban tinajas, cántaras, cántaros,
lebrillos,…para el consumo diario. Ya por esas fechas no había que bajar a la antigua
fuente, gracias a una nueva construida por D. Manuel Escacena Osorno –quizá uno
de los alcaldes más eficaces de La
Puebla-, en el Callejón de la Fuente , junto al antiguo
matadero y a la cárcel, que se surtía del pozo de abajo, citado en la nota
44.
En
los años 40, la antigua fuente o pozo
fue sustituido por otro justo al lado-al final de la calle Soledad,
debajo del Parque Municipal-, construyéndose, igualmente, un gran depósito, del que aún queda testimonio alto y enhiesto
en el citado Callejón de la Fuente (actual calle
Antoñita Moreno). La ubicación de estos
pozos –lo mismo el de 1915 que el de los años 40- se debió a que desde tiempos
inmemoriales –ya lo citaba Madoz a mediados del siglo XIX- parece ser que existía una fuente que surtía
a la hipotética población de por aquellas fechas. Al menos esa es la teoría de
Ricardo Ronquillo, arquitecto, coriano, pero muy vinculado a La Puebla por
razones laborales y afectivas, expuesta en un interesante artículo publicado en
la revista El Sabio Alfonso[17]. Sostiene que existen indicios para establecer
su posible ubicación siguiendo, por un lado, un topónimo - “Camino de la Fuente ”-, y, por otro, un
elemento topográfico: siguiendo el canal que discurre desde el borde la cornisa
del cerro –Las Palmillas- y que, posiblemente, fuera el desagüe del manantial
desaparecido. La fuente, pues, estaría
ahí, pasada la antigua “noria de
Cobano”, dirección a Coria. Más tarde, y por no tener que bajar el escarpe, se
construiría el “Pozo del Concejo”.
De
todo ello se tendría noticia cuando en los años cuarenta se decidió construir
el pozo del pueblo en el mismo lugar, como ya se ha indicado. Pasados bastantes
años se construyó otro en la Cuesta Colorá , que
aún perdura y que se utiliza para el consumo de agua no potable. Actualmente,
como de todos es sabido, nos surtimos del agua de los embalses que abastecen al
área metropolitana de Sevilla: Minilla, Gergal, Zufre y Aracena, por medio de la empresa EMASESA, y que llega al depósito establecido en la barriada
de Ntra. Sra. del Rocío, que la redistribuye por todo el pueblo.
Para
seguir con el tema del abastecimiento de agua, digamos que las casas
tradicionales de la comarca (casas de hacendados, de labradores, viviendas
sencillas, corrales de vecinos), así como los edificios públicos, tenían pozo
propio o en aparecería –según sostiene Ronquillo- que, a veces, compartían
hasta cuatro viviendas. Pero en La Puebla la dificultad de ejecutar pozos llevó
a sus vecinos, aprovechando la compactibilidad e impermeabilidad del terreno, a
sustituirlos por las características aljibes
para almacenar el agua de lluvia, y de las que aún quedan algunas en la calle
Larga, concretamente en los patios de las casas números 37, 55 y 85, y en la
calle Palmillas nº 4.
Todo
lo anterior hizo que mejorasen las condiciones higiénicas y sanitarias de un
pueblo que, por otro lado, había visto sólo doblarse la población en 72
años. En 1785, y según Tomás López, la
Puebla tenía 1.305 habitantes, que llegaron a 2.104 en 1857, población que
responde aún a una demografía de tipo antiguo –crecimiento a ritmo muy lento-,
lo que va a perdurar hasta bien entrado el siglo XX, pues, en 1930 todavía no
había despegado –tenía por entonces 3.475-. Habrá que esperar a que finalice la Guerra Civil para que
el ritmo se avive, y llegar ya, en 1940, a los 5.085
habitantes, a 8.196 en 1950 y a 12.612 en 1960, en lo que tuvo mucho que ver la
colonización de las Islas y el cultivo arrocero durante esas tres últimas
décadas[18].
Es
obvio, pues, que a medida que se produce un
aumento de la población se
incremente el número de hogares, y,
como, además, el nivel de vida fue mejorando, la vivienda lo hizo
paralelamente. Pero ¿cómo ha sido tradicionalmente la vivienda en nuestro
pueblo? Como en la totalidad de los pueblos agrícolas andaluces, el sector que
ha primado en La Puebla ha sido el primario, con un predomino absoluto de una
población activa dedicada a las labores
agrícolas –“braceros” o “jornaleros”- que, como consecuencia del mal reparto de
la tierra se han visto abocados al hambre y a la miseria, lo que se ve
reflejado en su forma de vida y en la vivienda, siendo la “choza” su morada
habitual hasta bien entrado el siglo XX; chozas alineadas en las calles –casi
siempre al final de ellas, como prolongación marginal y siempre anhelando
convertirse en casas- u ocupando espacios en los extramuros, y en las que las
condiciones de vida eran infrahumanas. En nuestro pueblo fueron tan abundantes
que llegaron a darle nombre a una de nuestras principales calles –calle
Chozas-como hemos expuesto. Las últimas en desaparecer fueron las ubicadas en
el Puerto Piojo, las existentes al
final de la calle Larga, en la calle La
Niña , en La
Pinta y en la
Barqueta.
Pero,
afortunadamente, fueron siendo sustituidas por casas, y ese 25% que suponían a
mediados del siglo XIX –lo que quiere decir que uno de cada cuatro cigarreros
vivía en una choza- fue menguando de forma sostenida con el paso de los años,
aunque habrá que esperar hasta los años sesenta del siglo XX para presenciar su
completa erradicación.
En
un escalón superior en cuanto a confortabilidad y dignidad humana estaba la
casa normal y corriente, también habitada por jornaleros que, por unas causas u
otras, habían sido capaces de transformar su choza. Ello fue posible gracias a
que se dieron una serie de circunstancias: fueron unos años en los que el terreno no tenía
valor alguno; la mano de obra no era problema -puesto que el mismo jornalero se
la autoconstruía-; y los materiales costaban poco. Dicho tipo de vivienda
también fue la morada del resto de la población, formada por pequeños
agricultores, comerciantes, fabricantes, industriales, artesanos y profesiones
liberales (maestros, médicos, militares, curas,…).
Finalmente,
tenemos la casa del labrador pudiente, de aquellas 8 ó 10 familias en cuyas
manos estaba la mayor parte de las tierras del pueblo, y que se distinguía de
las del resto por su mayor extensión, y, sobre todo, por una planta
completamente distinta al tener que
responder a las necesidades de alojamiento de animales (establos), guardar los
aperos y ensilar la cosecha. Eran casas compuestas de una parte delantera
-dando la fachada a la calle Larga- compuesta de zaguán, comedor, alcoba y
dormitorios, y el “soberao” (sobrado) en la parte alta, entablado para guardar
el grano y otros productos del campo; en la parte media estaba la cocina, el
patio y un pozo o aljibe; al fondo quedaba el corral con las dependencias para
el ganado (establos) y para guardar los aperos y una salida posterior
(postigo), que daba a la calle trasera y paralela. Esta superposición de casas
a lo largo de las distintas épocas produjo, con el tiempo, una tensión hacia la
calle Larga, que, a posteriori, trajo la aparición de otras dos: la Santa María y la de
los Postigos.
Todavía
hoy puede observarse este fenómeno morfológico en dichas calles, que dan al
casco de La Puebla unas características especiales. Esta tensión urbana hacia
la calle Larga, asimilada a través del tiempo por los naturales, produce un
rechazo innato por los habitantes del pueblo hacia zonas como Las Palmillas, el
Poyetón, el Pozo Concejo, el Prado, la Cuesta Colorá , la Barqueta ,… habitadas
tradicionalmente por las clases menos favorecidas[19].(Véase
plano sobre Topónimos tradicionales).
Por último,
hay que hacer referencia a las casas o corrales de vecinos, en los que varias
familias ocupaban minúsculos
habitáculos, con los servicios más íntimos colectivos y en los que la
promiscuidad era su mayor mal, además de las muy deficientes condiciones
sanitarias o higiénicas. De ahí que consideremos su habitabilidad peor que la
de la choza, en que, al menos, existía más intimidad, independencia y dignidad.
En la calle Larga hemos llegado a conocer, al menos, dos: la “Casa la Balandra ”,
por debajo del antiguo Cuartel de la Guardia Civil , y que daba a las dos calles, a Larga y a la
de los Postigos, por donde pasaron innumerables familias, entre las que
recordamos, entre otras, a Dolores la Marcela , a
Bartolo “el Carpintero”, al
“Pola”, a “La Sotilla ”, a los
“Rabanillos”, a Juan Peñuela el de la “Balandra”, a Gordillo,
a Anita Paleta, a Julia Rebala, a la
Trini , Rosario la
Jayá , a Palacio, a Martín Soltero, a Octaviano Chacón…. En el
número 83 existía otra, donde vivían Cándido “el Zahonero”, Lola la de María
Antonia, Manuela la de Peulach, Morante “el Panadero” y Perico “el Sereno”. En
la calle Postigos –en lo que hoy es la calle Comercio-, estaban los “Cuartos Barones”, por donde pasaron muchas familias, pero en la que se
mantuvieron bastante tiempo los tranviarios “Polvorilla” y “el Misti”, la
“Pastora”, “El Esquivel”, Recacha, la de Araceli, Curro “el Teta” con su
familia,…En frente del bar de Servando estaba el “Corral del Castellano” o “del Casino”, en el que vivieron casi
toda su vida Eduardo Mendoza, los “Chocolates” padre e hijo, la “Graná”, Paca
“la del Teta”, el “Macario”, Eustaquio “el de Tiraporro”, Manuela “la del
Duro”, Francisco Antúnez con su esposa Trini “la Parrala ”… Algo más arriba,
en lo que hasta hace poco era la casa de los Peralta, existía el corral de los “Fernández o de Peralta”, donde moraban Dolores “la Pavona ”, Anita Pilar,
Esperanza “la del Conejo”, Rafael “el Bizco” y su hermano “El Cojo la Lila ”, Alfonso “el Piri”
(Alfonso el Gitano), Concha la del Colorao,…y que desapareció allá por los años
50, cuando Peralta –el padre- comenzó a hacerse la casa.
También en la Barqueta teníamos algunas
viviendas y corrales de vecinos, entre las que recordamos tres: la llamada “Casa Grande”, propiedad de los Mayo y
situada al final de la calle Huertas, ocupadas por Dolores la Jerezana , Rosario Padiá, Rafael el de los Conejos,
Carmen la Casa Grande ,
Carmen Cadena, “El Moñi”, Anita la de “Pantomima”, la Quemá , el Gazapo, Carmela la de Pepillo, Dolores la Zapatera …; existía otra en la calle Colón, propiedad de Alfaro,
donde vivían Currito Malarma, El Peseta, Aguza, la Sevillana , Luis el
Churri, Ardila –lotero, relojero y barbero-; y otra, denominada El Corralón, dando para la actual calle
Guadalquivir (hoy ya ocupado por viviendas), propiedad de los de la Olla , y donde habitaban la Jabera y El Bola.
Es hasta donde
hemos podido llegar en nuestras pesquisas. Debemos advertir que no sabemos hasta qué punto son
fidedignos los datos sobre las familias que pasaron por dichas casas, ya que
los mismos vecinos a los que hemos consultado no se ponen de acuerdo (sobre
todo entre los de la Barqueta );
lo que, hasta cierto punto, es comprensible, a tenor del tiempo transcurrido,
y, sobre todo, a la cantidad de ellas que pasaron por cada una.
Así ha sido la
evolución urbanística de nuestro pueblo; así han ido apareciendo sus calles,
sus casas, sus plazas; así se ha ido modificando y modernizando; y aquellas
cinco calles de 1760 se han convertido en las más de 200 existentes hoy, y las
139 casas de aquella primera fecha, en no sé cuantas actualmente, pero
seguramente habrá que contarlas por miles.
[1] Aranda Campos, Antonio
(1999): Historia de un templo fortaleza.
Evolución y análisis arquitectónico de la Iglesia Parroquial
de La Puebla del Río, pág, 21. Edita la Delegación de Cultura
del Ayuntamiento de La Puebla del Río.
[2] Es curioso advertir como
ya en la Edad Moderna
el referente urbanístico se desplaza del antiguo núcleo al lado del río
(iglesia-fortaleza) a la Cruz
y a la Capilla
de San Sebastián. De hecho, en documentos del siglo XVII nos encontramos con
una calle denominada Tras la
Iglesia. En ese mismo siglo la calle los Postigos se denominaba
calle de Benito Pérez.
[3] Toma el nombre de “Larga”
–en Puebla y en toda la zona del Aljarafe y Marisma- porque tuvieron un
protagonismo especial y crecieron mucho más que las otras, dándoseles también
el nombre de “Real” e incluso “Ancha” en algunos lugares –como hemos visto en
Puebla- indistintamente; actuaban como eje de la población y de ella partían el
resto, mucho más pequeñas.
[4] Las viviendas particulares
iban de la casa de dos plantas a la choza, aunque las más abundantes era la de
tipo medio; casi todas disponían de corrales con gallineros, zahúrdas, cuadras
o tinahones, y sus habitantes eran generalmente sus propietarios –en bastante
proporción éstos eran jornaleros-, quienes encontraban en las posibilidades
agropecuarias que les brindaban las citadas pertenencias anejas a sus casas, un
precioso complemento para la economía doméstica. Los alquileres oscilaban, por
lo general, a mediados del siglo XVIII, entre los 40 y 70 reales anuales. El
mobiliario era el andaluz usual para estos siglos, con algunas piezas, hoy en
desuso, como alcarraceros con sus vasijas de agua fresca, arcas, velones,
tinajas y las antiguas camas de bancos y tableros. El pozo , en la cocina , en
el patio o en el corral, era el recurso que proveía de agua a estas
viviendas. Las casas de una sola planta
eran las más corrientes y parece que abundaban las techadas con paja o chozas,
considerándose como cierto lujo la existencia de ventanas con rejas de hierro;
el encalado en ellas era común y venía de antiguo.
[5] La
ermita y el hospital ocuparían lo que actualmente son la casa del médico, las
Escuelas Parroquiales y el nuevo Edificio Multiusos. En el mismo lugar se
ubicaba el cementerio, cuando, al aumentar la población, dejaron de enterrar en
la Iglesia. A
este respecto es obligado aclarar que hasta la segunda mitad del XVIII, en que
comienzan a establecerse los “cementerios ventilados”, los enterramientos se
hacían en las iglesias, ermitas o conventos o en sus entornos –como es nuestro
caso-; en tanto que las familias más pudientes de algunos pueblos tuvieron para
ello “bóvedas y entierros” ostentosos dentro de los templos, un simple
montículo de tierra y una cruz de palo señalaban junto a las ermitas las
sepulturas de los más humildes.
[6] Para
más noticias sobre esta ermita, véase la obra de Grau Galve, J. (2002): La
Ermita. Notas para
la historia de la Isla Mayor. Isla Mayor.
[7] De hecho la Hacienda había sido
formada entre los años 1671 y 1693 por un tal D. Antonio Pérez de León, y,
hasta su desaparición hace sólo unos años, pasó por innumerables manos, pasando
de la veintena sus propietarios.
[8]
Nicolás Miro, era, además, Secretario y Escribano de Cámara de la Real Audiencia y
Casa de la Contratación
de Indias, ya radicada en Cádiz desde
1717. La “casa principal de campo” era la típica del terrateniente venido de la
ciudad y que se instalaba en ellas, ocupándolas durante largas temporadas y
constaban de corrales y huertas, bodegas, molinos atahonas y cortinales
(pedazos de tierras cercados, inmediatos a un pueblo o a casas de campo, que
ordinariamente se siembran todos los años), siendo la construcción típica
aljarafeña de ladrillo y argamasas o mampostería, con techumbre de madera y
tejas.
[9] El
nuevo nombre se debe a la batalla de Tetuán, combate que enfrentó a españoles y
marroquíes en el curso de la guerra de África (4 de febrero de 1860), en la que
los españoles, al mando del general Prim, obtuvieron una victoria total. Al
general O’Donnell, que mandaba las tropas de África, le fue concedido el título
de Duque de Tetuán.
[10] Se
consolida como Larga a partir de 1845
[11] En
este año aparece la calle Santa María divida en dos: Santa María la baja y Santa María la alta.
[12]
Barqueta y las Huertas aún no aparecen como calles sino en los Extramuros.
Hasta 1887 no se consolidan como tales.
[13]
Conde de Colombí, ministro de Estado durante 27 horas en el llamado Ministerio relámpago formado por
Cleonard y de acuerdo con Francisco de
Asís (esposo de Isabel II) y otros, conocidos como la camarilla (19 a
20 de octubre de 1849).
[14]
Fermín Galán y Ángel Hernández fueron dos capitanes fusilados tras el
levantamiento de Jaca (12 de noviembre de 1930), convirtiéndose en los dos
primeros “mártires” republicanos.
[15] Mientras ello ocurría, se
establecieron en lugares estratégicos del pueblo una serie de puntos de agua
(fuentes públicas), entre las que recordamos las ubicadas en el callejón de la Fuente –debajo mismo del
depósito recién construido-, en la calle Palmar, en la calle Larga –enfrente de
la casa del Malino-, en la
Cuesta Colorá y en el pajar de Daniel.
[16] A
principios del siglo XX (entre 1915 y 1920) ya existían repartidores de agua,
que desde la fuente de abajo del hoy Parque Municipal –construida en 1915 por
donación del Marqués de Casa Riera-
la traían a lomos de burros y en
cántaras y la repartían por todo el pueblo. Hasta nosotros han llegado los
nombres de Ricardo el aguador y el de su hijo Antoñito. También alcanzó a hacerlo –aún muy niño-
Manolo Sousa, “Zamarrilla”. A veces (si se producía algún problema en esta
fuente) se desplazaban al pozo ya existente en la Albina.
[17]
Ronquillo, Ricardo (1998): “Notas y consideraciones sobre los aljibes de La
Puebla y sobre la fuente que manaba de la falda del monte”, en El
Sabio Alfonso. Diez folios para el debate cultural, nº 5.
[18] Ese
aumento de la población hizo necesario ampliar los servicios públicos. De ahí
que se siguieran adoquinando las calles, y, ya en los años 50 la construcción
de un nuevo Ayuntamiento, el Matadero Municipal y el Mercado de Abastos, el
Centro de Higiene Rural y la Casa del Médico.
[19] Para más detalle véase
artículo de Ricardo Ronquillo “Sobre el origen y morfología urbana de La Puebla
del Río”, en el Libro del Corpus del año 1984.
Magnífico artículo. Desde luego habría incluido la localización de las casa de vecinos en el callejero y lugares singulares como se dice hacienda ? de José María Pérez Tinao... pero esto e percata minuta para el gran trabajo de recopilación. Parece deducirse que el cuartel de carabineros procede de mediados del s XIX, por tanto el control aduanero del pueblo ya habría desaparecido por entonces del lugar de Casas Reales, por darse una nueva organización en la vigilancia policial Del Río, obviamente en el momento e que se asientan los carabineros.
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