RAFAEL BECA MATEOS
A este hombre le debe la actual Isla Mayor lo que es hoy, y cuando digo Isla Mayor digo también arrozales. y riqueza. Se le pueden criticar muchas cosas -que las hay para ello-, pero, con sus luces y sombras, lo que realizó ahí está. Este artículo lo escribí para una obra que se titula Grandes empresarios andaluces Editado por LID Editorial Empresaliar. S.L. Madrid, 2011.
RAFAEL BECA MATEOS (1892-1953): PROMOTOR DE LA MAYOR ZONA
ARROCERA DE ESPAÑA.
José González Arteaga
Al acometer la tarea de biografiar la figura de Rafael Beca Mateos es imposible
hacerlo sin hablar de aderezo y exportación de aceitunas, de elaboración de productos
vegetales en conserva, de laboratorio farmacéutico, de agricultura, de ganadería, pero,
sobre todo, de arroz. Efectivamente, este modesto comerciante fue capaz de poner en
marcha uno de los proyectos agrícolas más interesantes de toda la historia agraria de
Andalucía: la transformación y puesta en cultivo de dicho cereal en una buena porción
de las Marismas del Guadalquivir -tierras completamente vírgenes, aunque ya se habían
dado en ellas unos tímidos intentos de cultivar-, convirtiendo una zona desolada, donde
imperaba el paro y la miseria, en una de las agriculturas más tecnificadas –actualmente-
de España. Este hecho, por sí solo, sería suficiente para glosar al personaje, pero su
actividad fue mucho más extensa, como pasamos a analizar.
Nació, pues, Rafael Beca, en Alcalá de Guadaira (Sevilla) el 12 de agosto de
1892, en el seno de una familia acomodada (algunos de sus miembros pertenecieron,
como médicos, a la armada española), siendo sus padres Rafael Beca Ferraro,
comerciante de envases de licores y destilaría de aguardientes en Alcalá de Guadaira –
en donde fue alcalde en los primeros años del siglo XX, todavía en plena Restauración-,
aunque de ascendencia gaditana (de San Fernando), y Rosario Mateos del Trigo, natural
de la localidad alcalareña. Fue el mayor de cinco hermanos: tres varones (Rafael,
Manuel –abogado y el único político de la familia: fue diputado por la CEDA en varias
legislaturas- y José –industrial panadero y olivarero-) y dos hembras (Rosario y
1
Dolores). Conservador y católico, contrajo matrimonio el 12 de agosto de 1916 con
Salud Gutiérrez Ruiz (1893-1981), también nacida en Alcalá. De dicho matrimonio
nacieron cinco hijos: Rosario (1918-1988), Pedro (1919-2000), Rafael (1920-1993),
Salud (1922) y Enrique (1924). Ninguno de ellos cursaron carreras, lo que no les
impidió llevar con acierto los negocios emprendidos por su padre, siendo en la única
actividad en la que destacaron y a la que se dedicaron por entero.
Sus primeros pasos como comerciante tuvieron lugar cuando, por enfermedad de
su padre, tuvo que abandonar sus estudios (intentó ingresar en la Academia Militar de
Infantería, en Zaragoza) y hacerse cargo del negocio familiar, remozándolo y
levantándolo. Pero el verdadero punto de partida empresarial se le presenta como
consecuencia de su matrimonio, ya que su esposa era sobrina predilecta de Salud
Gutiérrez Mije, casada con Pedro Muro, sin hijos, y con una moderada riqueza rústica,
formada por dos fincas en el término alcalareño: “Ramón de Córdoba”, de 300 hectáreas
de olivar y 250 de “tierra calma”, con molino de aceite; y “Llano Amarillo”,
consistente en un monte de albero. Dicho capital va ser, pues, la base de su empresa.
Dinámico hombre de negocios, y ya con gran visión comercial y empresarial,
comenzó a comprar varias fincas de olivar y a montar, ya por los años veinte, un
almacén de aceitunas en una de las fincas, idea que le surgió al detectar, durante la
Exposición Iberoamericano de Sevilla de 1929, el interés de los estadounidenses por las
aceitunas, iniciando así el muevo negocio, pero sin abandonar el de licores. Poco a
poco, el patrimonio de Pedro Muro y esposa se fue sumando a la incipiente empresa,
mientras que, con gran celeridad, Beca se asocia con diversos olivareros del entorno,
entre los que se encontraban Ramón de Carranza Gómez –Marqués de Soto Hermoso-,
el Marqués de Gómez de Barreda, Manuel Salinas, Francisco Abaurrea, y sus hermanos
2
Manuel y José, entre otros. En 1933 aparece ya la sociedad “R. Beca y Cía.
Industrias Agrícolas. S.L.”, con un capital social de 2 millones de pesetas, dedicándose
al aderezo y exportación de aceitunas, alcanzando en pocos años un lugar de privilegio
con destino a EEUU, lo que no fue fruto del azar, sino del análisis de las perspectivas y
los posibles mercados americanos efectuados en sus repetidos viajes al continente
americano. En años sucesivos se fue ampliando el capital: 4 millones en 1938, 10
millones en 1939 y 16 millones en 1941. En este año funda una asociación de
exportadores de aceitunas a nivel nacional que tomó la denominación “Grupo Giralda”,
lo que hizo con la intención de competir con otros grupos de exportadores ya existentes.
Su dinamismo empresarial y su capacidad innovadora le indicó el futuro que
presentaban los alimentos en conserva, de ahí que montase en el mismo almacén de
aceitunas una conservera de pimientos, tomates y guisantes, que, si al principio, se
limitó sólo al relleno de aceitunas (con pimientos), terminó comercializando los tres
productos para la alimentación. Ello hizo que la sociedad tuviese pronto una plantilla
fija de 60 a 70 empleados (10 u 11 oficinistas y de 50 a 60 en otros quehaceres del
almacén), llegando en época de recolección a emplear de 1.000 a 1.200 mujeres. Con el
fin de situar estratégicamente la empresa –entre EEUU e Ibero América-, en la década
de los cincuenta, Beca traslada la distribución a Río de Janeiro, en donde permanecerá
hasta la extinción de la empresa aceitunera, en 1978.
Unos días antes de estallar la Guerra Civil Beca sufrió un atentado en las
dependencias de la sociedad del que salió ileso, pero que obligó a toda la familia a
marchar a Portugal, en donde residieron hasta que es tomada Sevilla por el general
Queipo de Llano, quien, curiosamente, va a cambiar el rumbo de la familia Beca. Ni que
decir tiene que, sin perder un instante, pone de nuevo la empresa en marcha.
3
Paradójicamente, va a ser la Guerra Civil la que propiciará la ocasión para que
Rafael Beca Mateos se vea en la “obligación” de emprender el mayor reto de su vida: el
transformar una buena porción de las Marismas del Guadalquivir y ponerlas en cultivo
de arroz. Efectivamente, en plena guerra -en el año 1937- el ejército de Franco, como el
resto de la población española, estaba escaso de alimentos, ocurriéndosele a Queipo de
Llano poner en cultivo de arroz las tierras marismeñas. Se lo propone a Ramón de
Carranza que, además de amigo personal del general y de gran propietario agrícola, era,
en esos momentos, alcalde de Sevilla; éste, a su vez, se lo plantea a Rafael Beca –no se
debe olvidar que era socio de “R.Beca y Cía.I.A.S.L”- que acepta el inmenso reto. En
esos momentos, el empresario contaba 45 años.
Al ser desconocido el cultivo del arroz por los andaluces –y casi el sistema de
regadío- el ejército le proporciona alrededor de 200 presos de guerra valencianos, que,
alojados en barracones en plenas marismas, habilitados con literas traídas por el ejército
italiano, pusieron en explotación unas 200 hectáreas ocupadas por el ejército de Franco
y pertenecientes en aquellos momentos a un banco suizo; inmediatamente se pone en
funcionamiento un molino arrocero para secar, limpiar y blanquear el arroz, que,
transportado al almacén de “R. Beca y Cía. I.A.S.L”, en Alcalá, sería cocinado y
envasado en recipientes de ½ Kg, distribuyéndose al ejército. Las 200 hectáreas de
1937 se convirtieron en 2.000 en 1938 y en 2.215 en 1939, siendo todo ello una labor
personal de Beca, que no abandona por ello su empresa exportadora, de la que
detentaba el 52% de las acciones.
Terminada la guerra, el panorama va a cambiar por completo, y lo que comenzó
siendo una actividad coyuntural se va a convertir en la acaparadora de toda la energía
empresarial de Rafael Beca, en la que va a empeñarlo todo: trabajo, hacienda (vende
4
algunas de sus fincas para hacer frente a la compra de la Isla Mayor), e, incluso, su
vida. Para llevarlo a cabo, es primordial hacerse con las tierras marismeñas, unas tierras
en las que en los años veinte tomó cuerpo el proyecto secular de desecarlas y ponerlas
en cultivo, bajo la forma típicamente capitalista de una serie de compañías por acciones.
Sin embargo, ese incipiente proyecto fracasó debido a errores técnicos –la adaptación
agrícola en tales tierras era difícil-, pero, sobre todo, a actuaciones especulativas, hasta
el punto que, financieramente, hay que hablar a menudo de pérdidas y de dividendos
cero. Pese a ello, gracias a las bases técnicas emprendidas por dichas compañías -que
supusieron una profunda transformación de dichas tierras- el arrozal sevillano es hoy
una gran realidad.
Esa era la situación cuando hizo acto de presencia en las marismas la Compañía
Beca, que, aplicando el capitalismo clásico a unas tierras necesitadas de grandes obras
hidráulicas, generaron beneficios inmediatos, pero, sobre todo, a largo plazo; unas obras
que, si en un principio, fueron de iniciativa estatal, acabaron siendo llevadas a cabo por
el sector privado.
Pero antes, como se ha indicado, había que hacerse con las tierras. Con esa
intención, en 1941, acompañado por Ramón de Carranza, viaja a Suiza con una opción
de compra de toda la Isla Mayor, adquiriendo de Peter Wehrli, socio de la familia
Bemberg, un lote de acciones de ISMAGSA por valor de 2 millones de pesetas. Al año
siguiente, mediante escritura ante notario, en Cataluña, se consigue una transmisión de
tres fincas en plenas marismas, con una cabida de alrededor de 3.000 hectáreas, a favor
de “R.Beca y Cía.I.A.S.L.” y de José Escobar Barrilaro, por mitad en común y pro
indiviso, a cambio de que se hiciesen cargo de la deuda contraída por la “Compañía
Hispalense de Valoración de Marismas” (CHISPALENSE), que ascendía a 1.600.000
5
pesetas. A partir de ese momento, la sociedad “R.Beca y Cía. I.A.S.L” se transforma
en anónima, tomando el nombre de “R. Beca y Cía. Industrias Agrícolas, S.A.”, y así va
a denominarse hasta la actualidad.
Meses más tarde, a principios de 1943, se produce un nuevo aumento de capital
de la sociedad, que llega a 21 millones de pesetas, mediante la aportación por la
sociedad “Isla Mayor del Guadalquivir, S.A.” (ISMAGSA) –la última sociedad dueña
de las Islas- de las fincas de la Isla Mayor, con 24.844 hectáreas; Rincón de los Lirios,
con 150 hectáreas; y dos en la Marisma Gallega de Aznalcázar, con 1.007 y 19.212
hectáreas, respectivamente, comenzando en ese momento la verdadera puesta en cultivo
de las Marismas del Guadalquivir. A partir de ese momento, Beca va a distribuir su
patrimonio y su trabajo entre las dos actividades, compaginando la exportación de
aceitunas a EEUU y la elaboración de conserva vegetal para el mercado nacional, con la
producción de arroz, los dos pilares en los que se cimentó el patrimonio familiar.
Además de ello, en la década de los cincuenta, crea los “Laboratorios Beca”,
ubicados en Lugo, que hallan y patentan una vacuna contra la glosopeda con notable
éxito, gracias a las investigaciones del Dr. Emilio Arjona Triguero, médico analista y
colaborador del Dr. Jiménez Díaz. La razón de tal actividad está en haberse encontrado
la Compañía Beca con una importante cabaña vacuna en la Marisma Gallega
(concretamente 2.000 cabezas en la finca “Las Nuevas”), donde comenzaron a darse
casos de la, por entonces, temida y mortal enfermedad. Fue lo que incitó e impulsó a
Beca, junto al aliento del Dr. Arjona, a acometer tal empresa.
La sociedad “R.Beca y Cía. Industrias Agrícolas, S.A.” inicia su labor agrícola
con una parcelación de tierras yermas y no utilizadas, que presenta como una
colonización; pero una colonización conservadora -como no podía ser menos en los
6
tiempos que corrían-, basada en asentar braceros en unas tierras compradas (no
expropiadas), ya rehabilitadas y puestas en regadío por la Compañía, y convertirlos en
pequeños propietarios. Ese sistema le llevó a dominar por completo el cultivo, que no
aparece libre sino sujeto a unas autorizaciones acordadas por el Estado (“cotos
arroceros”), que son atribuidas a un número restringido de personas jurídicas. Para
organizar toda la zona arrocera y hacerse con el total control de ella, crea un Sindicato,
que se va a ocupar de distribuir las semillas, los abonos, los alimentos para las bestias e
incluso los carburantes para los escasos tractores, participando también en la
construcción de secaderos, almacenes y prestando dinero a los agricultores. El
Sindicato, que comenzó con sólo 11 miembros, contaba en 1956 (ya fallecido Beca) con
564, lo que habla por sí solo del éxito obtenido.
La Compañía Beca, pues, empezó arrendando a colonos con opción a compra,
con un contrato simple por seis años y con rentas muy bajas al principio, para, más
tarde, comenzar a vender a un precio muy bajo (5.000 pts/ha), perteneciendo sus
primeros compradores, en su mayor parte, al grupo de aquellos presos que llegaron en
1937, y ya liberados; en un segundo momento, subió algo (7.500 pts/ha), para ya, a
finales de la década de los cuarenta, hacerlo a 16.000 pts/ha, pero con un interés
pequeño (del 3 al 4 por 100), comprándose por término medio entre 7 y 10 hectáreas.
Otra modalidad de cesión fue la aparcería, aunque se hicieron pocas, quedando
limitadas a los empleados de la compañía (capataces) y en la zona de Isla Mínima. En
esta modalidad, la Compañía lo ponía todo (abono, semillas, agua, etc.) y a cambio se
quedaba con un 25% de la producción. Consecuencia de todo ello fue el aumento de la
superficie en explotación (en los años cincuenta había ya cerca de 10.000 hectáreas
puestas en cultivo de arroz, contando para ello con una flota considerable de tractores,
7
25, lo que la aproximaba –y, a veces, superaba- a la que detentaban los grandes
propietarios sevillanos: Benjumea, Lasso de la Vega, Guardiola, Alarcón de Lastra,
Borrero,… ) y el que se modificase el régimen de propiedad de la tierra -hasta entonces
por administración directa o arrendamiento-, dando paso a la venta de tierras a colonos,
permitiendo así el acceso a la propiedad de más de 500 familias modestas y aumentando
la producción nacional en 60 millones de kilos.
Rafael Beca era consciente que para llevar a buen puerto la empresa que se había
propuesto, era imprescindible un sistema de regadío eficiente y justo, y la unión de
todos los agricultores. Ello lo consiguió creando tres Comunidades de Regantes: la del
Mármol, la de Isla Mínima y la de Queipo de Llano, por las que luchó denodadamente y
de las que fue su primer presidente, convirtiéndose en la obra fundamental en el
desarrollo del arrozal sevillano. Como consecuencia se produjo –financiado por la
Compañía- un aumento de canales, colectores, acequias y azarbes; una mejora de las
estaciones elevadoras de agua existentes en 1937 y la construcción de otras, a la vez
que reelevaciones en distintos puntos estratégicos; se mejoraron las comunicaciones con
La Puebla del Río –a cuyo término pertenecían las Islas-, y, por medio de una red de
caminos interiores, en toda la Isla. Por otra parte, se consiguió implantar la
comunicación telefónica, el abastecimiento de agua potable y la electrificación de la
zona, disponiendo la Compañía Beca -en 1953- de 43 km de líneas de alta tensión a
15.000 voltios en la totalidad de la Isla; se puso en funcionamiento un molino de arroz
en el centro mismo de la zona, donde convergieron todos los intereses arroceros de la
Islas Mayor y Mínima; se instaló una fábrica de papel para el aprovechamiento de la
paja del arroz (pasto); se construyeron secaderos naturales, algún que otro artificial y
almacenes; comenzaron a aparecer las primeras industrias en el principal núcleo de
8
población, El Puntal (ya por entonces Villafranco del Guadalquivir, y hoy Isla Mayor);
se erige una capilla atendida por los Padres Capuchinos, que se desplazaban desde
Sevilla; se edifican escuelas por la Compañía y un Dispensario Antipalúdico en
terrenos cedidos por Beca y construido por la Administración, que no llegó
prácticamente a funcionar con ese fin al haber remitido la enfermedad; en instalaciones
de la Compañía se instala el primer cuartel de la Guardia Civil en las Islas. Mención
especial merece la política de construcción de viviendas emprendida por Beca con la
colaboración del Instituto Nacional de la Vivienda, que se tradujo en la edificación de
dos barriadas con 250 viviendas en Villafranco del Guadalquivir, más otras que levantó
la sociedad por su cuenta y que vendió a colonos con grandes facilidades de pago, o
arrendó a obreros de la sus fábricas. Cuando aún Beca tenía en proyecto actuaciones
más ambiciosas, el 25 de diciembre de 1953, le sorprendió la muerte. Tenía 61 años.
Sin embargo, su obra está ahí. Rafael Beca fue el alma y el realizador de todo
lo existente actualmente en la zona arrocera de las Marismas del Guadalquivir, dejando
constatado el esfuerzo de la iniciativa privada, que consiguió una obra de colonización
de excepcional importancia económica y social: el arrozal sevillano está hoy a la cabeza
de España en cuanto a extensión (36.000 hectáreas, lo que supone el 9% de la UE y el
34% de la de España), a producción (350 Tm/año, el 10% de la nacional, ocupando el
primer lugar a escala nacional), y a rendimiento (9.000 Kg/ha), en el que ostenta el
primer puesto mundial, movilizando el sector anualmente un montante aproximado a los
600 millones de euros (unos 100.000 millones de pesetas), lo que ha hecho que la
comarca se sustente casi exclusivamente en el monocultivo arrocero. A pesar de todo
ello, su labor aún no ha sido totalmente valorada: de hecho, el reconocimiento se limita
a la concesión de la Gran Cruz del Mérito Agrícola, el 10 de julio de 1951, y a darle
9
nombre a tres calles en Isla Mayor -donde también existe un busto-, en Alcalá de
Guadaira y en Sevilla. No ocupó jamás cargos públicos, dedicándose de lleno a la vida
empresarial, en cuya gestión sí destacó –y bastante-, siendo el alma de la sociedad.
Asimismo, presidió las tres Comunidades de Regantes que impulsó y puso en
funcionamiento; fue también socio fundador de una mutua patronal de seguros
(“Seguros Mutuos de Accidentes de Trabajo”), que daba cobertura a unos 100
trabajadores en su empresa, y que, con el tiempo, se convirtió en la actual mutua de
seguros MAPFRE, la mayor entidad aseguradora de habla hispana, en la que intervino
igualmente como socio fundador; en los años cuarenta representó la marca “Autocar” de
camiones de transporte, y tomo parte, como accionista, de la sociedad eléctrica Ntra.Sra.
del Águila, en Alcalá de Guadaira; anteriormente, en los años treinta, detentó una
almadraba en Marrakech, junto con la familia Carranza. Fuera del mundo empresarial,
pues, no se le reconoce ninguna actividad trascendente, limitándose solamente, por los
años veinte-, a ser socio fundador del Real Betis Balompié, aspecto éste, prácticamente
desconocido.
Hasta su muerte, Beca, como gerente, llevó las riendas de la sociedad “R. Beca
y Cía. Industrias Agrícolas, S.A.”, así como el gran patrimonio agrícola acumulado,
consistente en cinco fincas de olivar y tierra calma, con una extensión de 1.070 y 250
hectáreas, respectivamente, y 1.650 hectáreas de arrozal repartidas en ocho zonas
distintas de las marismas. Además, en una de sus fincas, contaba con 150 vacas de
leche, 200 cerdas de vientre y unas 4.000 aves.
Con la desaparición del empresario, la sociedad siguió subsistiendo, hasta que
en 1978 es rematada la actividad aceitunera, mientras que la arrocera perdura más,
estando en estos momentos en proceso de liquidación. En los terrenos de la actividad
10
finiquitada, en Alcalá de Guadaira, comenzó a edificar una sociedad promotora,
“RABESA”, formada por los herederos de Beca y una serie de socios; igualmente, fue
creada por la familia, una constructora -“BEKINSA”- que comenzó a edificar en dichos
terrenos. Actualmente, las dos se han transformado en empresas promotoras y
constructoras. Es interesante, pues, destacar cómo se ha producido un proceso que se
nos antoja un tanto atípico: la familia Beca está reconvirtiendo su actividad agraria,
apostando más por el sector inmobiliario, cuando lo habitual, en estos momentos, es el
proceso inverso: empresarios enriquecidos en el negocio inmobiliario que lo emplean en
la compra de tierras que, aún, hoy por hoy –al menos en Andalucía-, sigue siendo signo
de prestigio social. Ello no quita para que el patrimonio agrícola y ganadero de los Beca
sea aún bastante significativo.
Es indudable, pues, que estamos en presencia de un emprendedor nato que
triunfó plenamente en el contexto empresarial andaluz en unos años difíciles. A pesar de
ello, resulta sorprendente que una familia con tal trayectoria, y residente en Sevilla,
donde ostentó una posición destacada, no se insertase en ella. La razón puede
considerarse doble: por un lado, la idiosincrasia totalmente cerrada de la “élite”
sevillana a acoger “advenedizos”; y, por otra, el que les atrajese más el mundo rural,
en donde se recluyó, situación que actualmente persiste. Quizás por ello sea casi
desconocida y no exista bibliografía sobre ella, limitada sólo a algunos artículos de
prensa de la época e inmediatamente posteriores a la muerte del progenitor.
11
Comentarios
Publicar un comentario